En un mundo en el que la colectividad se impone sobre las decisiones individuales, donde la experiencia se sustituye por el big data, la observación por el Internet de las cosas y donde el razonamiento o la toma de decisiones están mediadas por la inteligencia artificial hay algo que permanece como la mayor de las individualidades, algo que es íntimamente nuestro, irrepetible e insustituible: nuestro genoma.
Debemos comprender, y admitir, que todos los seres humanos procedemos de una única estirpe a la que el tiempo y el entorno geográfico y social dotaron de cambios sutiles que nos diferenciaron en términos de raza, educación o cultura y un largo etcétera. Todas las condiciones que nos hacen diferentes y únicos son el resultado de un capricho probabilístico que resulta de repartir 30.000 barajas, que equivaldrían a nuestros genes, con más de 100.000 cartas en cada una de ellas. El total implica que somos el resultado de una mano con 3000 millones de probabilidades que, combinadas, nos hace ser como somos y que hace que nuestros hijos sean la combinación de barajar las cartas de sus padres.
Lo que hasta ayer parecía un imposible hoy es una realidad. Hoy en día somos capaces de conocer el contenido de todas y cada una de esas cartas que componen nuestra mano, sin embargo no sabemos que nos depara la partida, asistimos a un juego que aún no sabemos jugar donde las propias cartas decidirán el paso siguiente, un siete de picas puede suponer que desarrollemos un cáncer si se combina con un tres de corazones o protegernos de la malaria si en la mano se combina con una reina de tréboles.
Las preguntas se agolpan, ¿quién sabe las reglas del juego?, ¿puedo jugar mis cartas? ¿contra quién jugamos? La respuesta no es fácil, las reglas del juego se van desvelando poco a poco, cada día ese big data al que nos hemos referido nos aporta datos interesantes que nos permiten anticipar algo de lo que va a ocurrir y ponerle remedio. Por ejemplo, si sabemos que nuestra mano nos predispone al cáncer de colon, podemos minimizar los riesgos con una dieta adecuada.
Lo que sí sabemos es contra quien jugamos esa partida y no es alguien diferente a nosotros mismos.
Pero, ¿cómo será el futuro y qué nos aportará la genética? En un mundo que galopa hacia el 5.0, la genética no podía pasar desapercibida para los gigantes tecnológicos, no perdamos de vista iniciativas como Google Genomics, IBM Watson o los rumores sobre el desembarco de Samsung en genómica que van mucho más allá de lo que los grandes consorcios internacionales de genética actuales aportan a las bases de datos.
Estamos, sin duda, a las puertas de una cloud genetics donde nuestro genoma estará decodificado y almacenado en la nube, a nuestra disposición y a la de nuestros médicos. Preguntaremos a Google si el fármaco que nos han recetado lo podemos tolerar o si conviene sustituirlo por otro más adecuado, elegiremos nuestros alimentos, sabremos cuál es el deporte para el que tenemos más predisposición genética y sabremos el riesgo de ciertas enfermedades. Incluso podremos saber la probabilidad de tener un hijo con alguna anomalía genética si combinamos nuestros resultados con el de nuestra pareja.
Iniciativas como las de 23andme, Tellmegen o Mee, supondrán un antes y un después en prevención de la salud y wellness. A partir de una simple muestra de saliva podremos disponer de toda la información contenida en nuestro genoma, sabremos qué cartas nos han tocado. Los avances en machine learning e inteligencia artificial serán los que a partir de millones de datos obtenidos de iniciativas públicas, como GWAS, o privadas, como las de Google, desvelen poco a poco las reglas de este juego que, queramos o no, nos toca jugar.
Y esto solo acaba de empezar, ya que la complejidad de nuestro genoma esconde cientos de secretos que aún no conocemos, como los de la epigenómica, que nos permiten descartarnos y pedir nuevas cartas para ciertos genes, pero no olvidemos que corremos el riesgo de no saber cuál nos tocará a cambio.
No sabemos quién nos ha invitado a la partida, no sabemos aún las reglas, no sabemos bien qué ganamos o qué perdemos, lo único que sabemos es que nadie nos preguntará si queremos jugar, ya estamos inmersos de lleno en esta partida.
Publicado na Revista De Partes
Alfonso Alba – Especialista en Genética
Instituto de Estudios Celulares y Moleculares – España
Genetyca ICM – Portugal